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El miércoles pasado, la Cámara de Comercio de Estados Unidos presentó un informe que, entre otras cosas, contiene el coste de la protección medioambiental. Para el premio Nobel de Economía (2008), Paul Krugman, aunque se intentó transmitir que las nuevas normas de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) causarían «estragos» en el país norteamericano, al analizar el informe, el coste en realidad no sería tan alto como se cree, puesto que gracias la situación actual de su economía, «salvar el planeta nos saldría extraordinariamente barato».

Lee la columna del economista publicada en El País y descubre a qué se refiere:

La semana que viene, se espera que el Organismo de Protección del Medio Ambiente (EPA, por sus siglas en inglés) anuncie las nuevas normas destinadas a frenar el calentamiento de la Tierra. Aunque todavía no conocemos los detalles, los grupos antiecologistas ya auguran unos costes inmensos y una catástrofe económica. No les crean. Todo lo que sabemos indica que podemos lograr grandes reducciones de las emisiones de gases de efecto invernadero con pocos costes para la economía.

Si no, pregunten a la Cámara de Comercio de Estados Unidos.

Bueno, ése no es el mensaje que la Cámara de Comercio intentaba transmitir en el informe que publicó el miércoles. Está claro que intentaba dar la impresión de que las nuevas normas del EPA harían estragos. Pero si uno se centra en el contenido del informe más que en su retórica descubre que, a pesar de los grandes esfuerzos de la Cámara por tergiversar las cosas —como explicaré después, el informe sobrevalora el coste real de la protección medioambiental casi con seguridad—, las cifras son llamativamente bajas.

Concretamente, el informe tiene en cuenta un programa de reducción del carbono que probablemente sea bastante más ambicioso que el que en realidad vamos a tener, y llega a la conclusión de que, de aquí a 2030, el programa costaría cada año 50.200 millones de dólares constantes. Se supone que eso debe parecernos mucho. Sin embargo, si uno conoce un poco la economía de Estados Unidos, eso le suena al Dr. Maligno recitando “un millón de dólares”. En los tiempos que corren, eso no es mucho dinero.

Recuerden que tenemos una economía de 17 billones de dólares ahora mismo y que va a ir creciendo con el tiempo. Así que lo que la Cámara de Comercio está diciendo en realidad es que podemos tomar medidas drásticas en relación con el clima —medidas que transformarían las negociaciones internacionales y sentarían las bases de las actuaciones mundiales— reduciendo nuestros ingresos tan solo la quinta parte de un 1%. ¡Es barato!

También pueden pensar en el cálculo del coste por familia que hace la cámara: 200 dólares al año. Dado que la familia estadounidense media tiene unos ingresos de más de 70.000 dólares anuales, y que esta cifra va a crecer con el tiempo, estamos nuevamente hablando de unos costes que no representan más que una pequeña fracción de un 1%.

Una comparación más útil: el Pentágono ha advertido de que el calentamiento de la Tierra y sus consecuencias representan una amenaza importante para la seguridad. (Los republicanos de la Cámara de Representantes han respondido con una enmienda legislativa que prohibiría a los militares pensar siquiera en este asunto). Actualmente, gastamos 600.000 millones de dólares al año en defensa. ¿De verdad es un despilfarro gastar otro 8% de ese presupuesto en reducir una amenaza grave?

Y todo esto se basa en las cifras de los propios antiecologistas. Los costes reales serían más bajos casi con seguridad, por tres motivos.

Primero, el estudio de la Cámara de Comercio da por sentado que el crecimiento económico, y el correspondiente aumento de las emisiones, seguirá la norma histórica y se mantendrá en el 2,5% anual. Pero deberíamos esperar un crecimiento más lento en el futuro, a medida que la generación de la explosión demográfica se jubile, lo que hará más fácil alcanzar los objetivos de emisiones.

Segundo, en el análisis de la cámara, el grueso de la reducción de las emisiones se debe a la sustitución del carbón por gas natural. Esto no tiene en cuenta el espectacular avance tecnológico que está produciéndose en las energías renovables, especialmente la energía solar, y que debería facilitar aún más la reducción de las emisiones de carbono.

Tercero, la economía de Estados Unidos sigue deprimida; y en una economía deprimida, muchos de los supuestos costes que hay que afrontar para cumplir la normativa energética no son costes en absoluto. En concreto, la construcción de nuevas centrales eléctricas que emitan poco carbono daría empleo a unos trabajadores y un capital que, de otro modo, estarían parados y, en todo caso, serviría para impulsar la economía estadounidense.

Puede que se pregunten por qué la Cámara de Comercio se opone tan ferozmente a las medidas contra el calentamiento del planeta, cuando el coste es tan pequeño. La respuesta, por supuesto, es que la cámara está al servicio de intereses específicos, particularmente los de la industria del carbón —lo que es bueno para Estados Unidos no es bueno para los hermanos Koch, y viceversa— y también debe prestar atención a las aún más poderosas opiniones anticientíficas del Partido Republicano.

Finalmente, permítanme arremeter contra la última línea de defensa de los antiecologistas, la afirmación de que da igual lo que hagamos porque otros países, China en concreto, seguirán quemando cada vez más carbón. Esto es una tergiversación de los hechos. Sí, nos hace falta un acuerdo internacional para reducir las emisiones, lo que incluye sanciones contra los países que no lo firmen. Pero la falta de disposición de Estados Unidos a actuar ha sido el mayor obstáculo con el que se ha topado ese acuerdo. Si empezamos a tomar medidas serias contra el calentamiento del planeta, sentaremos las bases para que Europa y Japón hagan lo mismo, y para que exista una presión orquestada sobre el resto del mundo también.

Ahora bien, todavía no hemos visto los detalles de la nueva propuesta de acción climática y habrá que esperar a un análisis pormenorizado (tanto económico como medioambiental). Sin embargo, podemos estar razonablemente seguros de que el coste económico de la propuesta será pequeño, porque eso es lo que nos dicen los estudios, incluso los estudios pagados por los antiecologistas, que obviamente querían descubrir lo contrario. Salvar el planeta nos saldría extraordinariamente barato.

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